Los Netanyahus by Joshua Cohen

Los Netanyahus by Joshua Cohen

autor:Joshua Cohen [Cohen, Joshua]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2021-05-05T00:00:00+00:00


8

Ese fue el ambiente con que empezamos 1960: frío. Lo único que yo quería era estar en mi estudio, sentado delante de la máquina de escribir con mis recién ganados cuatro kilos de las fiestas navideñas, poniendo nota a los exámenes finales y tratando de formular alguna idea sobre déficits y deudas prebélicas. Pero por desgracia, esperaba una visita. Enero no es amigo de las reuniones sociales.

Judy volvió a las clases de la Corbindale High el lunes 4, pero el trimestre de la universidad no empezaría hasta el lunes 18, el mismo día en que arrancaron las nevadas, que se intensificaron el martes y para el miércoles ya habían dejado un palmo de nieve.

No tenía sentido quitar la nieve de la entrada más que para librarme del dolor de cabeza con el que me había despertado, así que me abrigué bien y, empezando por la acera, me dediqué a romper la escarcha, clavar la pala con el pie y sacar paladas, dejando unos márgenes anchos que llegaran más allá de los lechos de flores muertas de los lados del camino. Para cuando llegué a los escalones de entrada, jadeando y soltando vapor, la acera ya volvía a estar toda escarchada y me metí en casa para ducharme.

El reloj de carillón ya estaba tocando a mediodía para cuando bajé las escaleras envuelto en fragancia de aftershave y miré por la ventana. El camino de entrada volvía a ser de un color blanco puro.

En la cocina, Edith había sacado los cuchillos. Con las cintas del delantal fuertemente atadas, estaba hendiendo el queso con acero y tallando manzanas en forma de cisnes rotos.

—Hace mal tiempo. Quizás lo cancelará…

Era casi angustioso, el tamaño del banquete que estaba preparando. ¿Quién podía soportar una caloría más después de Navidad? ¿Quién tenía apetito para nada, incluyendo apetito de cháchara? No me quedaba claro qué estaba intentando demostrar Edith ni a quién: si estaba excediéndose para demostrar sus cualidades como esposa, o bien lo poco razonables que eran mis exigencias o las del Departamento. Había una bandeja de crudités, unos cuenquitos de crocantes y mazapanes comprados a los Amish y unos patés blandos de aquella extraña tienda gourmet escandinava emplazada en un chalet de la Ruta 394.

—«Invitar a casa a los candidatos a una residencia académica es una antigua tradición de Corbin» —dije, repitiendo lo que me había dicho el doctor Morse, un comentario que confiaba en que se convirtiera en nuevo chiste privado entre Edith y yo—. ¿O bien era «invitar a tener perspectivas de una residencia es una antigua tradición de la hospitalidad de Corbin»?

Edith no sonrió.

—Cuando vine yo a hacer la entrevista, ¿sabes adónde me invitaron? A la cafetería.

Intenté coger una especie de galleta salada con bultos, pero Edith se giró, blandiendo un cuchillo, y me eché atrás.

Me senté en la salita con un libro sobre la destrucción del banco nacional a manos de Jackson, pero sobre todo me dediqué a mirar por la ventana la página en blanco que era el jardín. Cada vez



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